miércoles, 4 de julio de 2018

Capítulo 2.3 LA GUERRA EN EL NORTE


Malliourn y Darm continuaron solos durante varios minutos, sin ver ni oír nada más que fuera sospechoso; lo hicieron en silencio y alerta. Según iban avanzando la niebla se fue disipando y el número de árboles empezó a disminuir. Pronto llegaron a un altozano donde sólo había algunos arbustos. Entonces empezaron a oír un ruido de cascos de caballos, chasquidos metálicos y de un montón de voces. Siguieron avanzando con aún más cautela y se tumbaron en la fría nieve para avanzar reptando, hasta que, poco después, sus ojos alcanzaron a ver un gigantesco claro con miles de tiendas de campaña y muchos soldados desfilando en su interior. Era un campamento imperial.
Lo hemos encontrado dijo Darm. Ya sabemos dónde están.
Eso parece, ni siquiera se han preocupado en construir empalizadas ni ningún tipo de defensa. Se deben de sentir muy seguros. Vámonos antes de que nos vea alguien dijo Malliourn mientras retrocedía. Hay que informar a Harnas.
Pero fue demasiado tarde, alguien les había visto desde una de las torres de vigilancia y había dado la alarma. Rápidamente decenas de soldados comenzaron a salir del campamento en busca de intrusos. Se dirigían hacia ellos.
‹‹Mierda. ¿Cómo nos han podido localizar tan rápido? se preguntó Malliourn, sin creerse su mala suerte. Es igual, tenemos que salir de aquí.››
¡Muévete o no lo contamos! gritó Malliourn.
Los dos comenzaron a correr por la nieve lo más rápidamente que podían, pero sus pasos eran lentos y pesados. Si les perseguían con caballos no tardarían en atraparlos. Un grupo les vio bajando la ladera y corrieron tras ellos con sus armas preparadas. Estaban muy cerca. A pocos pasos de ellos, decenas de hombres les perseguían; se les echaban encima. Malliourn iba un poco más retrasado que Darm, que era más ágil y rápido. Malliourn los sentía a su espalda. Pronto se topó con un enemigo a poco más de un paso de él, pero, con un hábil movimiento de su espada, le dejó mal herido en el suelo al rajarle de lado a lado.
Continuaron corriendo hasta llegar a un agotamiento extremo en el que casi no podían dar un paso más, pero entonces llegaron hasta donde se encontraban el resto de sus compañeros, que estaban sentados tranquilamente en la nieve.
¡Rápido, agrupaos! vociferó Malliourn. ¡Preparaos para la defensa!
Pero ¿qué es lo que pasa? preguntó un soldado confuso.
¡Que nos atacan, idiota! gritó Darm. ¿No oyes los gritos?
Los hombres, viendo lo que se les venía encima, formaron rápidamente una barrera de escudos y lanzas, creando un pequeño semicírculo. Los perseguidores llegaron desordenadamente y comenzaron a chocar con los escudos; algunos de ellos acabaron empalados en las lanzas. Los atacantes, agotados tras la persecución, apenas podían luchar contra el disciplinado muro de hombres que tenían delante. Tras un breve combate, los defensores consiguieron repeler a los atacantes. Los enemigos que aún quedaban en pie, al no poder romper la pequeña formación tras varias acometidas fallidas, huyeron despavoridamente dejando a algunos de los suyos desangrándose en el suelo, manchando la nieve de rojo. La escaramuza se había saldado con dos de los hombres de Malliourn heridos levemente; los atacantes perdieron seis de los suyos entre muertos y heridos, los cuales fueron rematados sin piedad. No había tiempo para hacer prisioneros.
¡Regresemos al campamento antes de que vuelvan con refuerzos! dijo Malliourn.
Volvieron tras sus pasos con presteza, encaminándose hacia su sector de la muralla. Debían avisar cuanto antes a todos los campamentos de ese sector. No tardaron en vislumbrar las murallas del Gran Muro.
Al final hemos llegado antes de lo esperado dijo Darm, satisfecho. Justo a tiempo para comer. Pronto nuestros estómagos estarán saciados.
Los hombres sonrieron y continuaron; casi podían oler la comida que se estaría haciendo en las cocinas del fuerte, pero cuando llegaron escucharon más alboroto de lo habitual. La alarma había sido dada y los hombres corrían a sus puestos.
‹‹¿Ya nos están atacando o qué es lo que pasa?››
Cruzaron la puerta camuflada, pudiendo ver correr a los soldados de su regimiento y de otros, todos armados hasta los dientes. Uno de los oficiales reconoció a Malliourn y se dirigió a él.
¿Qué sucede? le preguntó Malliourn antes de que dijera nada.
Estamos siendo atacados por el sector oeste del muro. El comandante Harnas ha ordenado que le enviemos todos los refuerzos disponibles. Les está conteniendo en la puerta.
‹‹Maldita sea, tenían que atacar cuando estábamos de exploración; todo ha sido una pérdida de tiempo. Ahora de nada sirve saber dónde está ubicado el campamento enemigo. Espero que no sea demasiado tarde para Harnas.››
¿Cuántos son? le preguntó.
Miles. Es un ataque total.
Pues adelante, socorramos al comandante dijo Malliourn. ¡Que cincuenta hombres permanezcan guardando nuestro sector hasta nueva orden! ¡El resto conmigo!
Pero, capitán dijo uno de los soldados que le habían acompañado por el bosque, el sector del comandante Harnas está a casi una hora de camino.
Entonces tenemos que darnos prisa dijo Malliourn. ¡Vamos, moveos! ¡A paso ligero!
‹‹Me temo que hoy nos perderemos el rancho. Espero que al menos tomemos algo caliente por la noche.››
 Marcharon hacia la puerta siguiendo en todo momento la muralla; lo hicieron apresurados, tratando de recorrer la mayor distancia en el menor tiempo posible, pero reservando fuerzas para el combate que se avecinaba. Tras treinta minutos de marcha, los hombres estaban cansados y casi no podían mantener el ritmo; no eran los únicos, tanto Malliourn como Darm, que habían estado fuera varias horas con largas caminatas, corriendo para escapar con sus pesadas cotas de malla encima y luchando contra sus perseguidores, lo estaban también. Para colmo no habían probado bocado desde por la mañana y les tocaba hacerse otra caminata para seguir luchando. Aquél iba a ser un día muy largo. Pronto escucharon en la lejanía el sonido de tambores de guerra, el de los gritos de quien estaba combatiendo tenazmente y el de las armas metálicas al chocar unas con otras. La batalla había comenzado y se estaba librando muy cerca. La necesidad de ayudar a sus compañeros les dio fuerzas para continuar sin detenerse siquiera a descansar.
‹‹Cuando lleguemos estaremos reventados, pero tenemos que luchar, y debemos hacerlo bien si queremos sobrevivir.››

miércoles, 27 de junio de 2018

Capítulo 2.2 LA GUERRA EN EL NORTE


Durante largas semanas, el ejército permaneció acampado con la misión de defender más de treinta kilómetros del Gran Muro con tan sólo tres mil hombres. A los pocos días, gigantescos copos de nieve comenzaron a caer desde el cielo, cuajando con facilidad en la hierba, en la tierra, en los techos adosados, en las murallas y hasta en los fosos y zanjas que rodeaban las fortificaciones. Pronto la nieve adornaba todo el paisaje y el frío fulminaba a los soldados, que no conocían un clima tan duro en invierno y no estaban acostumbrados a unas temperaturas tan bajas. Pronto el frío y la nieve formaron parte de ellos; poco a poco fueron aprendiendo a convivir con ese clima tan drástico.
Pasaban los días y seguían esperando noticias de cualquier indicio de la llegada del enemigo a la frontera. Sabían que los ejércitos de Sharpast habían sido movilizados hacía meses y que habían partido hacia el norte. Tenían que estar al llegar. La diplomacia había estado muy activa los meses anteriores con idas y venidas de embajadores de Sinarold y del Reino de Vanion en un intento por evitar una guerra que parecía inevitable. Pero los embajadores fracasaron en todos los intentos de apaciguar a Mulkrod, que sólo aceptaba la rendición incondicional del Reino de Sinarold, algo que por supuesto no se aceptó. Desde entonces, los espías al servicio de Sinarold en el Imperio fueron informando de los movimientos del ejército de Sharpast por el norte, pero desde hacía semanas que no había ninguna nueva noticia de aquel ejército; ni los espías ni los exploradores sabían dónde se ubicaba con exactitud. Sabían que estaría cerca, ¿pero dónde? ¿Dónde se ocultaba? ¿Dónde acechaba? La espera ponía nerviosos a los hombres.
Malliourn acudía con normalidad a las reuniones de oficiales que convocaba el comandante Harnas el Roble, el veterano oficial al mando del cuerpo expedicionario de Vanion, quien había servido en su juventud como mercenario, y ahora en su madurez servía con lealtad al rey de Vanion. Debido a su experiencia no le costó recibir el mando de la fuerza expedicionaria de Vanion en Sinarold. Pocos hombres estaban a su altura, y sólo él estaba dispuesto a partir en tan determinante misión. Malliourn, que lo conocía personalmente, había servido bajo su mando en la Guerra contra los Piratas de las Islas Orientales, luchando con él codo con codo. Malliourn le conocía muy bien, o eso creía; había tomado algunos vasos de vino con él, y habían charlado en muchas ocasiones. Era un hombre rudo, obcecado, cabezota y duro como un roble. En una ocasión, durante el asedio de Buchar, los piratas repelieron su ataque a las murallas. Todos los hombres bajo su mando se retiraron, pero Harnas no quiso admitir la derrota y se lanzó solo hacia las murallas diciendo: ‹‹¡Quien tenga algo de valor que me siga y quien no lo tenga que se asome y vea cómo muere un oficial de Vanion!›› Tras él cargó todo el regimiento hacia las murallas, subiendo por las escalas y las torres de asedio hasta las almenas, matando a todos los defensores. Cuando la lucha acabó, Harnas tenía una flecha clavada en el hombro y otra en el pecho, y múltiples heridas por todo el cuerpo. Por suerte, las flechas apenas habían logrado perforar la armadura y el resto de las heridas eran superficiales. Desde ese día los hombres le pusieron el sobrenombre del Roble.
Harnas siempre recibía a Malliourn afablemente durante las reuniones; apreciaba tener buenos hombres bajo su mando y así lo transmitía siempre que estaba con ellos. Con Malliourn no hacía ninguna excepción; lo conocía desde hacía muchos años y sabía de qué pasta estaba hecho.
En las reuniones no hacían nada relevante, sólo escuchaban los informes que traían de la capital, los mensajes que llegaban de los oficiales de las tropas de Sinarold en los otros fuertes a lo largo de la muralla y algunas noticias de los exploradores. Después de eso, cada oficial informaba de cómo estaba la moral de la tropa, la regularidad con la que llegaban las provisiones, si hacía falta más ropa de abrigo o más leña para las hogueras y, por último, revisaban el procedimiento a seguir en caso de ataque usando varios mapas. Todos lo tenían memorizado: si divisaban al enemigo debían informar inmediatamente de su ubicación, duplicar el número de centinelas en las murallas, tener a todos los hombres preparados para detener un ataque inminente y mantener la posición hasta nueva orden. Si no podían aguantar, se les enviaría refuerzos de otros regimientos a lo largo de la muralla, pero, en caso de que fueran superados, tenían órdenes de retirarse hasta Vendram para defenderla. Después de la reunión, todos los oficiales regresaban a sus fortines, donde debían seguir esperando un ataque que parecía inminente, pero que no llegaba.
¿Hay algo de nuevo? preguntó Darm al ver al recién llegado Malliourn calentándose junto a una hoguera tras la última reunión.
Más de lo mismo dijo Malliourn. Quieren que dupliquemos los vigías en la muralla; por lo demás, todo está ya dicho. Ahora estas reuniones sólo son perder el tiempo. Aunque al menos me entretengo unas horas.
Creo que no asistirás a muchas más reuniones; parece que el enemigo se acerca.
¿Han llegado ya a la frontera?
Todavía no sabemos nada, pero los hombres lo presienten. Y yo también. Sé que están cerca.
Es posible que tengas razón.
Un soldado de su regimiento se acercó para hablar con el capitán.
¿Qué ocurre? preguntó Malliourn.
Todavía no han llegado las provisiones que esperábamos dijo el soldado.
Se habrán retrasado con el mal tiempo, no te preocupes. Llegarán.
El soldado se marchó, dejando a los dos oficiales calentándose en la hoguera.
Tendremos que racionar la comida dijo Darm.
Sólo hasta que lleguen las provisiones que esperamos. Manda un enlace para que averigüe qué ha sucedido y que meta prisa a los de suministros. Si vamos a luchar quiero que nuestros hombres lo hagan con el estómago lleno.

Tras varios días largos y fríos llegaron las noticias que esperaban. Algunos exploradores, siguiendo las órdenes del cuartel general, se habían adentrado en territorio hostil. Consiguieron burlar a las tropas fronterizas de Sharpast sin dificultad y divisaron una larga columna avanzando hacia el Gran Muro. Informaron de que el ejército de Sharpast se aproximaba hacia el norte y que estaban a pocos días de distancia; sin embargo, no sabían el lugar exacto donde habían establecido su campamento o campamentos, puesto que habían tenido que escapar al toparse con una avanzadilla enemiga.
Ese mismo día llegaron mensajes de muchos de los fuertes a lo largo de la muralla comunicando que habían avistado al ejército enemigo en varios puntos. Los oficiales dedujeron que las tropas imperiales se habían dividido por sectores frente a la muralla para atacar simultáneamente en varios tramos, por lo que era necesario saber el lugar exacto de la ubicación de los campamentos. El alto mando de Sinarold pretendía averiguar la zona exacta donde se hallaba el enemigo para concentrar al mayor número de tropas en la zona circundante, y lo mismo ocurría a lo largo de toda la muralla. El éxito o el fracaso podían depender de ello. No obstante, no era el mejor momento para realizar exploraciones en profundidad; el mal tiempo, la nieve y la niebla hacían que la visibilidad fuera prácticamente nula, por lo que tampoco podían ver dónde había acampado aquel ejército y, por tanto, no podían saber dónde se centrarían los ataques principales.
Pasaron tres días y no llegaron más noticias. Los nuevos exploradores regresaban con las manos vacías y algunos no regresaban. El nerviosismo y el miedo empezaron a hacer mella en los hombres de las guarniciones. Se encontraban inquietos, sabían que pronto empezaría la lucha, pero lo peor era que no sabían dónde sería, ni cuándo. Por ahora sabían que estaban muy cerca, pero era como un ejército de fantasmas oculto tras la niebla. Los hombres de guardia permanecían alerta día y noche, pero nada sucedía. La inquietud por averiguar el paradero de aquel ejército les obligó a llevar a cabo exploraciones más a fondo. Una de esas órdenes le llegó a Malliourn, quien organizó un pequeño grupo para explorar el terreno tras la zona de la muralla que su regimiento defendía.
Era otra fría mañana invernal de finales de diciembre cuando Malliourn se dispuso a llevar a cabo la exploración. La niebla no sólo no se había disipado, sino que además había aumentado, impidiendo ver nada a más de cinco pasos de distancia. Parecía que los dioses intentaban perjudicarlos o, por lo menos, no facilitarles las cosas. El grupo que Malliourn había organizado le esperaba al otro lado del campamento fortificado. Todos iban armados con el equipo reglamentario: estaban protegidos por cotas de malla y petos de cuero y lino, y equipados con lanzas, escudos y espadas; todos cubiertos hasta la cabeza con gruesas capas de pieles de animales para intentar mantener el calor en sus cuerpos. Habían recibido la orden de explorar una de las áreas en donde un grupo de exploradores había desaparecido el día anterior, en algún lugar del bosque de pinos que había al otro lado del Gran Muro. Era muy posible que uno de los ejércitos enemigos estuviera acantonado en algún lugar del bosque. No era una misión para pusilánimes y, si quería que las cosas se hicieran bien, tenía que hacerlo él mismo; además, tanta inactividad le ponía de los nervios. Necesitaba mover las piernas un poco y entrar en acción.
¿Estás seguro de que quieres ir? le preguntó Darm, no muy convencido.
Segurísimo contestó Malliourn. Prefiero pelarme de frío en ese bosque antes que morirme de aburrimiento en la muralla. Partamos, quiero encontrar ese campamento antes de la hora del rancho. A ver si tenemos suerte.
Darm asintió; la decisión había sido tomada. El capitán lideraría el grupo de exploración.
¡Vamos, pongámonos en marcha! ordenó Darm a la compañía.
Los veinte hombres elegidos para la misión se pusieron en camino siguiendo a su capitán.
Malliourn llevaba más de quince años en el ejército; había luchado en circunstancias muy adversas y había matado a más de un hombre en combate. No se sentía orgulloso de ello, pero tampoco se arrepentía; eran ellos o él, así eran las cosas. Estaba acostumbrado a vivir con el miedo, el sufrimiento y la muerte, pero esa mañana estaba especialmente nervioso; intuía que ese día iba a pasar algo. El enemigo estaba cerca y llevaban demasiados días de parsimonia. Sabía que no era normal, el ejército imperial estaba en algún punto al otro lado del Gran Muro y no tardaría en atacar. El número de soldados que había preparado para salir dejaba claro lo grave de la situación; llevaba consigo a veinte de sus mejores hombres, tal y como el comandante le había recomendado, aunque a él le parecían demasiados para salir hacia las líneas enemigas, ya que podían llamar mucho la atención, aunque también era verdad que, con veinte hombres, la posibilidad de que alguno sobreviviera y regresara para contar lo que había visto era mucho mayor, o eso pensaba el comandante Harnas; una forma de pensar que le aliviaba poco, pero las órdenes eran claras e iba a cumplirlas.
¡Démonos prisa! ordenó Malliourn. Con suerte volveremos antes de que anochezca.
Salieron del fuerte donde estaban asignados y se dirigieron al muro. A lo largo de su gran recorrido la muralla tenía tres grandes puertas y otras cincuenta de menor tamaño, todas camufladas para que el enemigo no las utilizara. Tuvieron que andar varios minutos para llegar a la puerta más cercana. Entraron por una que daba directamente hacia el Bosque Blanco; lo hicieron en silencio y alerta.
Ahora estamos en territorio enemigo dijo Malliourn en voz baja. Quiero silencio absoluto. Nos dividiremos en dos grupos. Longar, llévate a nueve hombres; explorarás la zona sureste. Yo iré por la zona suroeste con el resto del grupo. Si en cuatro o cinco horas no encontrais nada volved e informad, pero si os topáis con el enemigo no quiero que os hagáis los héroes. Buena suerte.
Los dos grupos se separaron. Malliourn y los suyos caminaron por la nieve, adentrándose en el bosque con lentitud. La niebla no amainaba y se seguía sin ver a pocos pasos de distancia. Malliourn marchaba el primero, liderando al pequeño grupo. Caminaba con precaución, atento ante cualquier sonido sospechoso.
Mal momento para que salgamos a explorar dijo en voz baja uno de los soldados. Podrían rodearnos y ni siquiera nos daríamos cuenta.
El grupo que enviaron ayer por esta zona no ha regresado aún, y me temo que no regresará jamás dijo otro. Como sigamos avanzando correremos su misma suerte.
¡Silencio ahí atrás! ordenó Malliourn. ¿Queréis que nos descubran?
¡Capitán! dijo un soldado que se había adelantado. Me ha parecido oír unas voces un poco más adelante.
‹‹Yo también lo he oído pensó Malliourn; seguro que no son de los nuestros. Lo comprobaremos.››
Esperad aquí. Yo me adelantaré con Darm y Proumdar ordenó Malliourn.
Los hombres de Malliourn se escondieron en unos arbustos mientras que ellos avanzaron reptando hasta el lugar de donde provenían las voces. Pronto consiguieron ver a dos hombres que llevaban ropajes negros, cota de malla y arcos caminando entre los árboles.
Son soldados de Sharpast, sin duda dijo Proumdar en voz baja.
Tenemos que apresarlos e interrogarlos dijo Malliourn, así que tenemos que dejar al menos a uno con vida. Esperaremos a que se acerquen un poco más para que no les dé tiempo a utilizar sus arcos. A mi señal.
Dejaron que se acercaran a su posición. Cuando estuvieron a pocos pasos de distancia, Malliourn dio la señal y se abalanzaron sobre sus desprevenidos oponentes. A uno de ellos le dio tiempo de sacar un cuchillo de su funda, atacando a Malliourn, que esquivó el ataque y, de una estocada, degolló a su adversario. Mientras tanto, Darm y Proumdar habían conseguido inmovilizar al otro.
¿Eres un soldado de Sharpast? le preguntó Malliourn, apuntándole con su espada en el cuello. Éste permaneció en silencio. ¡Respóndeme!
Seguidamente, el soldado escupió a Malliourn, que reaccionó golpeándole en la cara, pero éste se recobró enseguida y, con una habilidad increíble, golpeó con su cabeza a Proumdar, que cayó al suelo. El soldado imperial empujó a Darm y después se tiró encima de él. Ambos empezaron a forcejear. Malliourn intentó separarlos, pero los dos no paraban de moverse; entonces el soldado consiguió sacar un cuchillo de la correa de Darm y se abalanzó sobre Malliourn, intentando herirle, pero Darm reaccionó rápido y se lanzó sobre él, atravesándole con su espada, salvando a su capitán. El soldado estaba muerto antes de caer en la nieve.
Maldito bastardo dijo Darm, suspirando. No me puedo creer que se me haya escapado. Casi consigue reducirnos a los tres.
Proumdar se levantó confuso.
¿Estás bien? le preguntó Malliourn.
Sí, pero vaya golpe me ha dado el desgraciado.
Bien. Regresa con los demás e infórmales de lo ocurrido le dijo Malliourn. Si no hemos vuelto en dos horas volved al Gran Muro e informad de movimientos enemigos en la zona.
Eso haré, capitán.

domingo, 24 de junio de 2018

Capítulo 2.1 LA GUERRA EN EL NORTE


Eran días turbulentos para las gentes de Sinarold. El invierno no sólo se presentaba frío y amenazaba con hambruna, sino que además se añadía el peligro que venía desde el sur, puesto que el Imperio había roto el antiguo tratado de paz que se firmó durante la última guerra. Pronto las huestes de Mulkrod se abalanzarían sobre ellos como una plaga sobre las cosechas. La guerra llamaba a sus puertas. El miedo se había convertido en un verdadero sin vivir para todos. Ahora, al contar con pocos aliados y aún menos fuerza, con el Imperio preparándose a conciencia con todos los recursos de los que disponía, la amenaza sobre el norte era mucho mayor que en los tiempos pasados. Sólo Vanion parecía responder a la llamada de socorro de Sinarold; sólo Vanion parecía dispuesta a ayudar, pero ésta era insuficiente.
El pequeño ejército que venía en auxilio de la acorralada Sinarold desembarcó en el puerto de la capital, Vendram, en un día triste y nublado. Aquello era un claro anticipo de lo que les esperaba a los recién llegados en aquella fría tierra. Fueron recibidos por la población de la ciudad con gritos de júbilo. La llegada de refuerzos animaba sus corazones. No estaban solos; todavía tenían un aliado en occidente. Les recibían como si fueran héroes salvadores. A pesar del escaso número de soldados que desembarcaban, apenas tres mil hombres, veían con esperanzas la llegada de un ejército amigo.
Uno de aquellos soldados era Malliourn, un oficial ya veterano tras sus años de servicio en el ejército, a pesar de no llegar a los treinta. Acababa de bajar de su barco junto a su regimiento. Todos estaban cansados, sucios y apestaban; llevaban demasiado tiempo en las entrañas de aquellos barcos; deseaban pisar tierra firme y olvidarse del sube y baja constante del barco, de las olas golpeando su casco, del incómodo viento soplando con fuerza y llenando las velas de aire, de la humedad y, sobre todo, de la enorme masa de agua que siempre les rodeaba. En aquella fría mañana de primeros de diciembre, el viento soplaba con fuerza y las nubes grises amenazaban con tormenta. Pronto verían que todas las mañanas serían como las de ese día.
Desde muy temprana edad, Malliourn había sido huérfano de padre y madre. Ambos fallecieron durante una epidemia que asoló Lindium, por ello había pasado casi toda su juventud en un orfanato a las afueras de Lasgord, aunque nunca olvidó su procedencia ni a su familia; su nombre y apellido era lo único que le quedaba de ellos. Cuando creció se convirtió en un muchacho alto y vigoroso que destacaba sobre los demás huérfanos. Fueron años duros, en especial cuando llegó a la adolescencia, pues a esa edad el orfanato usaba a los huérfanos como mano de obra barata para así obtener un dinero fácil, pero no tardó en fugarse en busca de una vida mejor. Acabó vagabundeando durante semanas por las calles, sin rumbo, robando y mal viviendo, hasta que decidió hacer carrera como soldado. Probó suerte en uno de los cuarteles de la ciudad; y allí, al ver las cualidades del muchacho, le aceptaron de inmediato. Desde aquel día se dedicó en cuerpo y alma a convertirse en un buen soldado. Durante años tuvo una vida monótona en los cuarteles de la ciudad, siendo un soldado más, pero al alcanzar la mayoría de edad estalló la guerra con los piratas de las Islas Orientales; Malliourn participó en la campaña contra los corsarios de forma heroica, capturando personalmente a uno de los Señores de la Piratería en Buchar. A su regreso, participó en el desfile por la victoria y fue ascendido a capitán, además de recibir un generoso donativo. Continuó en las filas del ejército sin participar en ninguna acción puntual, hasta que leyó un panfleto en el que pedían voluntarios dentro del ejército para acudir en ayuda del Reino de Sinarold; para ello se había creado una unidad especial de infantería. Sin dudarlo, Malliourn acudió a la llamada, pero no fue el único, la mayor parte de los miembros de su unidad siguieron a su capitán y se alistaron; entre ellos estaba su segundo al mando, Darm, que se alistó con él. Ambos se conocieron durante la guerra contra los piratas, luchando juntos durante el asedio de Buchar. Desde entonces se habían hecho buenos amigos.
La pequeña flota de barcos reunida en Blier partió con los tres mil voluntarios que acudían con optimismo y con la esperanza de salvar a Sinarold de las garras del Imperio. Hicieron un alto en las Islas Orientales, donde llenaron los toneles de agua dulce y partieron en un viaje sin más escalas hasta Sinarold. La expedición, que se realizó circunnavegando las costas de las provincias imperiales de Tancor y de Sinarold del Oeste, en manos de Sharpast desde hacía más de cien años, fue larga y tediosa. Oficialmente Vanion no estaba en guerra con Sharpast, pero no convenía que hicieran escalas en ningún puerto imperial, donde podían ser saboteados o incluso aniquilados. Un mes y cuatro días después de dejar las Islas Orientales, llegaron a la Isla de Taxos, que pertenecía a Sinarold; allí pudieron reabastecerse para poder seguir hasta Vendram, a donde llegaron unos días después. Ahora estaban ya en su destino, listos para ayudar a un reino amigo y aliado del inminente ataque imperial.
Los ciudadanos de la capital de Sinarold veían desfilar por las calles a los extranjeros que venían en su auxilio. Poco a poco se fueron dando cuenta del escaso número de refuerzos que formaba el ejército aliado; muchos de ellos, al ver que eran demasiado pocos, se sintieron decepcionados y desesperanzados. No obstante, toda ayuda era bien recibida para el desmoralizado Reino de Sinarold. La bienvenida fue calurosa, pero Malliourn nunca había sentido tanto frío. Allí, en el norte, el tiempo era muy diferente al que conocía; en su tierra también hacía frío en aquella época del año, pero en Sinarold el invierno era mucho más intenso. Por suerte, ya les habían advertido e iban bien preparados con gruesas ropas de abrigo hechas con pieles, algodón y lana. El tiempo gélido se podía soportar, pero el viento era lo peor, lo que hacía que el frío se impregnara en la carne y lo sintieran hasta en los huesos. Y como si eso no fuera suficiente, estaba también la lluvia, la nieve y el granizo continuo.
Estamos buenos dijo Darm. No sólo vamos a tener que luchar contra los imperiales, sino también contra este condenado tiempo.
Te acostumbrarás le dijo Malliourn, intentando no sentirse abrumado.
En mala hora se nos ocurrió alistarnos como voluntarios dijo Darm riendo. Al menos las mujeres de aquí son guapas y se alegran de vernos. Seguro que por las noches son muy agradecidas.
Olvídate de eso, hemos venido aquí a luchar, no a fornicar con extrañas.
Cierto, aunque no estaría de más que alguna nos calentara la cama por las noches. Ya sabes a lo que me refiero.
Malliourn sonrió ante el comentario de su amigo.
Me temo que no tendremos mucho tiempo para disfrutar de los placeres carnales. Venga, sigamos; nos estamos quedando atrás.
Los hombres del ejército de voluntarios terminaron de desfilar por las calles de Vendram y se dirigieron al palacio real, donde el rey de Sinarold y las autoridades locales dieron la bienvenida al ejército y a sus oficiales. Tras los oportunos saludos el rey invitó a los principales oficiales de Vanion a asistir a un austero banquete en el salón principal; éstos aceptaron gustosamente. Malliourn, en calidad de oficial, pudo haber asistido, pero prefirió quedarse con sus hombres y dirigirse directamente hacia los cuarteles que les habían asignado y que, en aquellos momentos, estaban prácticamente vacíos ya que el grueso de las tropas de Sinarold se hallaban congregadas en la frontera, junto al Gran Muro. Allí pudieron calentarse y después lavarse por primera vez desde hacía semanas. Malliourn se afeitó en condiciones, quitándose las largas barbas negras que había llevado durante el viaje, y se dio un buen baño caliente. Después de eso era otro hombre. Tomaron también un buen guiso de carne y descansaron en cómodos colchones de paja.
Al día siguiente dejaron la ciudad, marchando lentamente hacia el sur. La mayor parte de ellos lo hacía a pie, incluso los oficiales. Los únicos caballos que disponían eran para los pocos exploradores y enlaces que traían consigo, además de un puñado de bueyes y mulas de carga que se encargaban de llevar las provisiones y todo el bagaje. Viajaban por las mañanas y descansaban por las noches en pequeños campamentos improvisados y desprovistos de cualquier tipo de defensa; no las necesitaban, no mientras estuvieran al norte del Gran Muro. Podían dormir tranquilos. El Gran Muro era una fortificación de grandes dimensiones, una muralla que protegía al Reino de Sinarold del Este y que se extendía a cientos de kilómetros de este a oeste, hasta llegar a la costa. La construcción la inició Rando el Glotón en un intento de salvar una parte de su reino de las garras de Sharpast, y fue terminada por su hijo, Fenrig el Bravo, que logró contener a las fuerzas de Sharpast gracias a la nueva muralla, pero nada pudo hacer por salvar la parte suroeste del Reino de Sinarold, que cayó en manos del Imperio, pero de eso ya hacía varios siglos. Los restos del Reino de Sinarold eran ya sólo una pequeña península al norte del poderoso Imperio de Sharpast.
La única razón por la cual, el reino había sobrevivido tanto tiempo, era gracias a la formidable fortificación que les había preservado de los intentos de invasión durante más de doscientos años, pero en aquellos momentos Sinarold volvía a estar en peligro. Mulkrod reunía sus ejércitos para lograr lo que sus antepasados no habían conseguido: conquistar el noreste de Sinarold.
Tras varios días de marcha, las fuerzas de Vanion llegaron a la gigantesca muralla que atravesaba todo el reino; allí se unieron a las fuerzas de Sinarold que estaban congregadas en la zona. No eran muchos; la mayor parte del ejército estaba distribuido en pequeños fuertes a lo largo de la muralla.
Los soldados de Vanion nunca habían visto una construcción defensiva de semejante magnitud. Sus ojos no podían ver toda la longitud de la gran muralla, pero era suficiente para comprender la grandiosidad de aquella estructura. La muralla era la última protección del Reino de Sinarold contra las enormes huestes de Sharpast. Si querían ganar la guerra tenían que mantenerse firmes y no ceder una pizca de terreno, pues si las fuerzas enemigas lograban pasar podía darse el reino por perdido. Malliourn lo sabía, pero no estaba dispuesto a permitir que el codicioso emperador se adueñara de aquella tierra libre; por esa razón se había alistado en el ejército de voluntarios; por eso estaba tan al norte, lejos de su patria.
Para ayudar en la defensa del reino les asignaron la parte más central del sector oeste del Gran Muro. Los tres mil hombres que formaban el ejército expedicionario de Vanion fueron distribuidos a lo largo de ese tramo de muralla, siendo desperdigados en torno a pequeñas fortificaciones donde todos los hombres tenían un techo donde pasar la noche sin congelarse a la intemperie.
Quizá si podamos salvar Sinarold dijo Darm al examinar detenidamente las defensas de su sector en el Gran Muro.
Nos vendrían bien unos cuantos millares de hombres más dijo Malliourn. El Gran Muro es tan extenso que no podemos defenderlo todo con garantías. El ejército de Sinarold es reducido y nuestra ayuda puede ser insuficiente.
Aguantaremos dijo Darm, convencido. Sharpast fracasará en su intento de conquistar esta parte de Sinarold una vez más.
Malliourn no lo veía tan claro; era consciente de que si les atacaban con fuerza y por varios puntos a la vez, les avasallarían a menos que les enviaran refuerzos, y eso era algo poco probable.
Espero que estés en lo cierto. Ven, organicemos los turnos de guardia de nuestro sector.

lunes, 18 de junio de 2018

RESEÑAS DE LAS CINCO ESPADAS. LA MEJOR NOVELA DE FANTASÍA ÉPICA

Las Cinco Espadas lleva ya más de 10 reseñas de blogs especializados en literatura y todos están de acuerdo en recomendarlo para todos los amantes de las novelas de fantasía épica. ¿No me crees? Aquí dejo todos los blogs que hablan de esta obra:


BLOG NAVEGANTES DE TINTA:
http://navegantesdetinta.blogspot.com/2018/04/resena-las-cinco-espadas-sangre-y.html



BLOG ALCANZANDO UTOPÍAS:
http://alcanzandoutopias.blogspot.com/2018/05/sangre-y-oscuridad-las-cinco-espadas.html

BLOG PALABRAS IMBORRABLES:
https://palabrasimborrables.wordpress.com/2018/04/25/sangre-y-oscuridad-las-cinco-espadas/

BLOG DULCES LECTORES:
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domingo, 17 de junio de 2018

Resumen completo de Las Cinco Espadas



Las Cinco Espadas es una historia de fantasía épica que abarca el mundo de ficción de Veranion. La historia comienza con la muerte del emperador de Sharpast, Methren III, el hombre más poderoso de todo Veranion. Mulkrod, su hijo, un hombre ambicioso que pretende alcanzar mayor gloria que cualquiera de sus antepasados, hereda el trono y gobierna su nuevo imperio con puño de hierro. Para afianzar el trono e iniciar su ascenso a la gloria terrenal, se prepara para iniciar la campaña definitiva contra el último reino libre de Veranion: Sinarold del Este, que ha podido resistir los ataques de Sharpast gracias a una extensa muralla que protege el reino. Pero la ambición de Mulkrod va mucho más allá: en su afán de gloria aspira encontrar varias armas de gran poder que en el pasado pertenecieron a su familia: las Cinco Espadas, que fueron ocultadas de sus legítimos dueños por el mal que desataron en la tierra, salvo una, que permaneció en poder de la dinastía imperial. Para ello Mulkrod prepara una expedición liderada por uno de sus hermanos para encontrar las espadas, que se encuentran ocultas en lugares remotos. En las espadas existe una antigua maldición, por la cual sólo el linaje del primer emperador, Sharpast I, creador de un imperio que lleva su mismo nombre: Sharpast, podrá empuñar las espadas; ningún otro hombre vivo podrá tocarlas.

          Mientras todo eso ocurre en las tierras del Imperio, en occidente, donde se encuentra el continente de Lindium, mucho más pequeño que el de Veranion, los tres reinos que lo habitan debaten si intervenir en la guerra que está a punto de iniciarse en Sinarold o dejar que este antiguo reino sucumba ante el poder del Imperio. Al mismo tiempo, los magos de Oncrust, antaño una prestigiosa y poderosa orden, se reúnen en un concilio para dirimir el espinoso asunto de la guerra y decidir qué postura tomar respecto a Sharpast.

Llegados a este punto te recomiendo que, si no has leído todavía Las Cinco Espadas, no sigas leyendo.



            Es en este concilio cuando aparecen Arnust y Halon, maestro y aprendiz que acuden al concilio tras cumplir una misión de gran importancia. Arnust participa en la reunión de magos como partidario de la intervención contra Sharpast, y para ello se ve obligado a debatir con otros miembros del consejo de los magos. La situación se tensa en varios momentos y el gran maestre de la orden, Blanerd, interviene en varias ocasiones para calmar los ánimos de sus hermanos. Finalmente, ante la división del consejo, Blanerd toma la decisión de que la orden de Oncrust participe en la guerra que va a estallar y unir sus esfuerzos para lograr convencer a los reinos de Lindium a intervenir en favor del asediado reino de Sinarold. Como Blanerd ve muy difícil lograr la unión de los reinos de Lindium para combatir a Sharpast, decide iniciar una expedición que busque al menos una de las Cinco Espadas a las Islas Solitarias, donde cree que se haya oculta una de ellas. Al mando de la expedición deja a su hombre de mayor confianza: Arnust. Pero para conseguir una de las espadas necesitan la sangre de Sharpast, pues sólo los herederos del primer emperador pueden tocar la espada. Para ello Blanerd había encargado a Arnust y a su aprendiz buscar a un bastardo del tío de Mulkrod; misión que habían cumplido de forma exitosa, trayendo consigo al joven bastardo, que se había quedado bajo custodia de la orden. El joven modesto y nervioso que habían ido a buscar se llama Maorn, y desde el principio se había mostrado partidario de colaborar con los magos. En medio del concilio aparecerá un nuevo personaje, el mago Glarend, hermano de Blanerd, que había regresado a Oncrust después de años infiltrado en la orden rival de Zurst en oriente. Pero eso es otra historia.

            En un principio, sólo uno de los tres reinos de Lindium, el Reino de Vanion, se muestra partidario de ayudar a Sinarold. En su ayuda envía un contingente de tres mil hombres compuesto por voluntarios. En ese ejército se encuentras el capitán Malliourn y su amigo Darm. Dos guerreros veteranos que habían consagrado su vida al ejército. Después de semanas de larga travesía por el océano, la pequeña flota de Vanion llega a la capital de Sinarold: Vendram, donde desembarcan y se unen al ejército de Sinarold en el Gran Muro, una extensa muralla que protegía el reino. Nos encontramos al norte de Veranion, en pleno invierno, con la nieve ocultándolo todo. Las negociaciones entre los diferentes estados fracasan; la guerra es inevitable. Los espías de Sinarold informan del inminente ataque imperial en la frontera de Sinarold. Un ejército de más de cien mil hombres se prepara para asaltar el reino.

            La tensa espera hace que los oficiales de Sinarold se pongan nerviosos y deciden enviar a varios grupos a aventurarse en territorio enemigo en busca del ejército imperial para averiguar dónde va a producirse el ataque. A Malliourn y Darm se les encomienda la tarea de buscar al ejército imperial y se adentran en territorio imperial. Durante su exploración encuentran el campamento enemigo, pero son atacados mientras trataban de escapar, pero salen indemnes del enfrentamiento y consiguen llegar al Gran Muro para avisar de lo que se les viene encima. Pero ya es demasiado tarde, el ataque ya ha empezado. Malliourn agrupa a sus hombres y se dirige al lugar donde se ha producido el asalto. Cuando llegan los defensores exhaustos acaban por ceder y el enemigo consigue perforar una de las puertas de la muralla con un ariete. Tras una dura lucha en la puerta, el comandante del cuerpo expedicionario de Vanion muere, pero antes cede el mando al capitán Malliourn. Ante la desesperada situación en la que se encuentran sus hombres, Malliourn decide retirar de forma ordenada a sus soldados, escapando de una muerte segura. Tras una penosa marcha bajo la nieve y las gélidas temperaturas, sin equipo, sin casi comida y sin casi nada más que el apoyo de sus compañeros, consiguen llegar a Vendrán, donde habían sido reclamados por el rey tras la catástrofe en el Gran Muro. Todos los sectores de la muralla habían sido tomados y las fuerzas de Sinarold se repliegan a Vendram y a Beglist, la otra gran ciudad de Sinarold.

            Una vez llegan a Vendram, Malliourn conoce en persona al rey de Sinarold, Krahim, y a su sobrino, el general de los ejércitos de Sinarold, Karmil Dungor, que es a su vez el heredero al trono. Durante la entrevista hablan de la defensa de la ciudad y de las posibilidades de Sinarold de contener el ataque imperial, pero el propio Malliourn no es muy optimista. En los días siguientes las fuerzas de Sharpast llegan a la capital y comienzan el asedio por tierra. A su vez la armada imperial bloquea el puerto de Vendram e impide la llegada de más suministros a los asediados.

            En la otra gran ciudad de Sinarold, Beglist, se atrinchera un grupo importante de soldados de Sinarold, que resiste ante otro ejército de ocupación de Sharpast. Al mando de dicho ejército se encuentra Mencror, uno de los hermanos del emperador, y el mejor amigo de Mulkrod: el general Darwast, un joven pero muy válido oficial. Tomar Beglist por la fuerza se antoja complicado, pero la suerte está de su lado. Un noble de Sinarold se pone en contacto con Darwast y llega a un pacto con él. Darwast promete respetar la vida del noble y su familia y de todas sus posesiones a cambio de facilitar la entrada a la ciudad del ejército imperial. Con su ayuda, los soldados imperiales entran por sorpresa por la noche y ocupan la ciudad. De inmediato, Mencror y Darwast se unen al emperador en Vendram.

            Mencror y Darwast se entrevistan con el general Dungor y Malliourn a las afueras de la capital. Allí los máximos oficiales de Sinarold y del contingente de Vanion descubren que Beglist ha caído. A pesar de la difícil situación de Sinarold, Dungor rechaza las ofertas de rendición. El asedio continúa. El rey Krahim enloquece por las nefastas noticias y Dungor es nombrado regente.

Para acabar con el bloqueo al que están sometidos, Dungor ordena a la pequeña flota de Sinarold atacar a la armada imperial. Para ello requisan toda embarcación capaz de navegar y las llenan de material inflamable. Por la noche se produce el ataque y para ello colocan en vanguardia los barcos con material inflamable y, tras incendiarlos, los lanzan contra el centro de la formación imperial, sorprendiéndoles. En cuestión de minutos parte de la armada imperial se encuentra en llamas. El caos reina por doquier. Tras los barcos incendiarios llega la flota de guerra de Sinarold, que ataca por los flancos con los espolones de los barcos. La batalla dura unas pocas horas. Entre el humo y el fuego se distinguen los gritos de los moribundos. Al amanecer la mitad de la flota imperial ha sido destruída y el resto puesto en fuga. La flota de Sinarold regresa triunfante. Ante el desastre, Mulkrod enfurece y ordena a sus fuerzas de tierra atacar la muralla de Vendram para intentar pillar desprevenidos a los defensores, pero éstos consiguen repeler el ataque. Ese día hay celebraciones en todo Vendram.

La alegría dura poco, a pesar de la llegada de nuevos suministros, el asedio continúa y los ánimos empiezan a decaer. La moral ciudadana está por los suelos y se inician disturbios en la ciudad. Aprovechando esto, el ejército imperial inicia un asalto total de tres oleadas a las murallas. Después de duros combates, las defensas ceden, los soldados imperiales entran por las brechas en la muralla y por la puerta principal tras quebrarla con un ariete. Karmil Dungor cae defendiendo las murallas y Malliourn ordena al contingente de Vanion replegarse a los barcos de la flota en el puerto para intentar escapar. Al final sólo una parte de los soldados consigue escapar en los barcos y la ciudad cae. Sinarold era ahora parte del Imperio.

En occidente los representantes de los tres reinos de Lindium: Vanion, Hanrod y Landor, se reúnen en Blangord, la capital de Hanrod. A ella asisten algunos de los magos de Oncrust: el gran maestre, Blanderd, Arnust, Halon y el bastardo imperial, Maorn. Entre los demás asistentes destacan los reyes de Hanrod y Landor, y el príncipe Nairmar de Vanion. Durante la reunión tras un debate que bien podía haber acabado en pelea, los representantes de cada reino no consiguen ponerse de acuerdo. Nairmar es partidario de la beligerancia en contra de Sharpast mientras que los demás son partidarios de la no intervención.

Finalmente, Blanerd decide revelar que las Cinco Espadas existen y que ha organizado una expedición para buscar una de ellas. Los reyes de Hanrod y Landor, habiendo oído historias del poder de las espadas, se interesan de inmediato del asunto. Los reyes prometen intervenir en la guerra contra Sharpast si la expedición encuentra la espada. En ese momento Blanerd presenta a Maorn y explica el por qué de la importancia del joven: como bastardo del hermano del padre de Mulkrod lleva la sangre del primer emperador, luego puede empuñar la espada para los Tres Reinos. Tras acordar una alianza militar contra Sharpast en caso de éxito de la expedición, el representante de cada reino elige a alguien que participe en la expedición de la espada: el rey de Hanrod elige al capitán de su guardia: Neilholm; el rey de Landor escoge a su hermano: Glorm; Nairmar, como representante de Vanion, decide ir él en persona. Ellos serían quienes acompañarían a Arnust, Halon y Glorm en la búsqueda de la espada.
Cuando acaba la reunión, Arnust regresa a su habitación a dormir antes de partir al día siguiente hacia las Islas Solitarias, pero Glarend, el hermanastro de Blanerd aparece tras unas columnas y le sugiere que no participe en la expedición dado que las espadas son una falsa leyenda. Arnust zanja el asunto diciéndole que no le importa su opinión y que está obligado a buscar una de las espadas.

Al día siguiente la expedición parte del puerto de Blangord y tras una larga travesía llega a las Islas Solitirias, que se hayan abandonadas por la escasez de vida en la región. Allí desembarcan y se encaminan hacia las montañas donde esperan encontrar una entrada secreta que les lleve a la espada. Todo ello gracias a un viejo libro que Blanerd le había entregado a Arnust antes de partir. Mientras marchaban, un misterioso personaje aparece armado con un arco: Zangord, el guardián de la llave, un viejo y desarrapado ermitaño encargado de custodiar la espada. Zangord exige que vuelvan por donde habían venido pero Arnust le asusta con su magia y éste huye.

Pronto encuentran la entrada que les lleva a la cámara de la espada y se adentran por interminables túneles bajo la montaña. En una gran sala con tres puertas se detienen a esperar que Arnust les desvele qué hay en cada una de ellas con ayuda del libro. Sabiendo que algún peligro les esperaba en todas ellas, un grupo de voluntario liderado por Nairmar y Halon se adentra por la puerta de la derecha. Lo que se encuentran allí es una gran sala con un dragón que les ataca en cuanto les ve. El guardaespaldas del príncipe se lanza a salvar a Nairmar y sacrifica su vida. El dragón le devora pero los demás consiguen escapar.

Tras regresar a la sala de las tres puertas, Arnust decide entrar por la puerta central, donde el peligro que les espera es asequible. Todos entran en un laberinto gigantesco donde pasan un día entero sin encontrar la salida, pero Zangord, que les sigue en la oscuridad, les da la clave: sin quererlo el anciano les muestra un pasadizo secreto por el que escapar del laberinto y acceder a la sala que da la cámara de la espada. Allí capturan a Zangord y Maorn encuentra una de las Cinco Espadas. Con la misión cumplida deciden volver a casa, pero para eso tienen que salir de la montaña y no conocían el camino. Tras prometer liberar a Zangord si éste les ayudaba a salir de allí, salen de los túneles y llegan a lo alto de la montaña. Arnust libera a Zangord y comienzan a bajar la montaña para regresar al barco.

No obstante, Zangord se la había jugado. El viejo ermitaño libera al dragón que les ataca desde el aire con fuego. Por suerte, consiguen ocultarse a tiempo en una cueva y el dragón les pierde de vista. Esa noche los marineros del barco encienden una hoguera en la playa para calentarse, pero las llamas atraen al dragón, que les ataca y quema la embarcación. Sin saber lo que le ha pasado al barco, Arnust y sus compañeros continúan su camino con sigilo, pero el dragón les descubre de nuevo y todos huyen ante él. Todos menos uno. Maorn permanece quieto con su nueva espada en la mano. Se siente diferente, no tiene miedo. En un alarde de valor y destreza, consigue abatir al dragón con su nueva arma. Sus compañeros, al ver cómo sucede todo, comprenden que Maorn empuña realmente una de las Cinco espadas y se dan cuenta del poder de ésta.

Con el barco en llamas, los miembros de la expedición se quedan atrapados en la isla sin expectativas de poder escapar. Sin embargo, esa misma noche localizan un barco de velas negras. Pronto comprenden que se trata de un barco de Sharpast y que éstos buscan también la espada. Con la sorpresa de su lado, emboscan a los soldados que de Sharpast en un sendero de la montaña, acabando con todos menos uno: uno de los hermanos del emperador, Mencror, que es hecho prisionero. Antes del alba asaltan el barco y lo toman por la fuerza, partiendo con su nueva embarcación hacia Lindium.

Cuando regresan y muestran la espada al rey de Hanrod, éste cumple su palabra y prepara sus ejércitos para la guerra. Es en ese momento cuando se enteran de la caída de Sinarold. Los miembros de la expedición se separan y siguen sus caminos: Neilholm regresa a casa con su familia y retoma sus funciones como capitán de la guardia del rey. Glorm regresa a Landor para asegurarse de que su hermano, el rey, cumple también su palabra. Arnust regresa a Oncrust con Halon, Maorn y la espada. Nairmar vuelve a Vanion acompañado de dos escoltas escogidos por su padre: Hernim y Dulbog, dos soldados veteranos. Durante el viaje de regreso a casa son asaltados por unos bandidos, pero les dan una lección y siguen su camino.

Finalmente Nairmar regresa a casa y ve a su padre, le cuenta todo lo que ha pasado pero el rey de Vanion está muy disgustado con su hijo. Como buen padre le perdona y continúan los preparativos para la guerra. Nairmar conoce a Malliourn en ese momento y su padre le presenta como nuevo general de los ejércitos de Vanion, para sorpresa de Nairmar, que esperaba ocupar el cargo. Nairmar puede descansar por fin, pero antes va a ver a su amante, la única mujer que ama: Nerma, una doncella de palacio.
Hernim y Dulbog dejan su cargo en la guardia del rey para entrenar a las levas de campesinos que se unen al ejército y los preparan para la guerra.

Tras meses de preparación, los ejércitos de Lindium se agrupan en un puerto costero donde preparan la invasión. Los reyes, generales y magos deciden la estrategia a seguir para doblegar al Imperio. Deciden atacar por sorpresa y dirigir al ejército a la capital del imperio para dar un golpe de efecto que termine la guerra con prontitud, acabando con Sharpast de una vez por todas. Antes de partir a la guerra, Nairmar pasa su última noche con su amada, Nerma, donde le jura amor eterno y le asegura que volverá para estar con ella.

Mientras en occidente conspiran contra Mulkrod, éste regresa con su ejército a la capital de su Imperio, donde celebra un desfile triunfal con sus soldados, los prisioneros capturados durante la campaña y con los tesoros obtenidos durante los saqueos. Tras la ceremonia el emperador regresa a su palacio donde es recibido por sus hermanas y sus consejeros. Demasiado cansado para escucharles decide dirigirse a su habitación, pero allí le espera uno de sus espías que le informa del inminente ataque de los ejércitos de Lindium, del hallazgo de éstos de una de las Cinco Espadas, y la captura de uno de sus hermanos. Furioso, Mulkrod jura venganza. Al día siguiente informa a sus otros hermanos: los gemelos: Marmond y Menkrod, de todo lo que el espía le reveló y tras reunirse con sus consejeros y generales, inician los preparativos para defender el Imperio de los agresores. Por la tarde, el emperador recibe a una embajada de Vanion que le declara la guerra. Mulkrod, sonríe satisfecho. Por fin tiene la guerra que tanto había deseado.

Los ejércitos de la coalición de Lindium desembarcan en el Imperio, en concreto en las tierras de Tancor, tomando tras un ataque nocturno la ciudad portuaria de Rwadon, que de inmediato pasa a convertirse en su base de operaciones. Hernim y Dulgob tienen un papel fundamental en la toma de la ciudad. En Rwadon Malliourn decide abandonar el ejército aliado para buscar a la resistencia de Tancor en el Bosque Maldito para conseguir ayuda para la campaña, dejando a Nairmar al mando de las fuerzas de Vanion dentro del ejército aliado. Tras días de preparativos el ejército parte en dirección al corazón del Imperio esperando sorprender al enemigo, pero no saben que éstos ya se están preparando para la guerra.

Al norte, el general Darwast queda designado gobernador de Sinarold, con un ejército de pacificación de cincuenta mil hombres. Un día recibe una carta del emperador en la que le ordena que envíe su ejército al sur para ayudar en la defensa del Imperio. Darwast acude de inmediato en ayuda de su amigo, pero tenía un largo camino por delante.

Malliourn partió de Rwadon antes de que el ejército avanzara hacia la capital de Sharpast junto a Darm y seis escoltas más. Tenían que encontrar a la resistencia de Tancor para conseguir su ayuda. Durante semanas viajaron de incógnito por territorio enemigo hasta llegar a los lindes del gigantesco Bosque Maldito, en el que se adentraron. Después de largos días de agotadora y agobiante marcha por el interminable bosque, los miembros de la resistencia les capturaron y condujeron a su guarida en las montañas. Allí Malliourn fue conducido en presencia de la reina del bosque y líder de la resistencia: Elisei Atram. En un principio es considerado un soldado imperial, pero Malliourn consigue convencer a la reina de quién es realmente. Después de mucho deliberar, la reina del bosque no está dispuesta a ayudar a Malliourn ni a los ejércitos de Lindium, aunque luchen contra un enemigo común, pero al menos accede a dejar salir del bosque a Malliourn y sus compañeros y permite que un grupo de voluntarios se una al ejercito de la coalición. La reina y general se quedan unos momentos a solas y sus miradas conectan y se besan. Ambos mantienen un romance breve pero intenso esa noche, justo antes de partir Malliourn. Al día siguiente Malliourn abandona la guarida de la resistencia con sus hombres y cincuenta voluntarios liderados por un joven oficial llamado Umdor. Tienen que llegar a tiempo antes de la gran batalla con Sharpast.




El ejército de la coalición de Lindium continuó avanzando por tierras del imperio, pero en las Colinas de Hast halló por primera vez una resistencia seria por parte del enemigo. Un pequeño ejército imperial, compuesto por unos pocos miles de hombres, les cortaba el paso en un puesto fortificado con empalizadas y fosos. Era necesario derrotar aquel ejército para poder proseguir sin que corriera peligro la línea de aprovisionamiento. Pero un ataque frontal provocaría muchas bajas que no podían permitirse. A Arnust se le ocurrió la forma de hacer salir al enemigo del campamento fortificado sin sufrir bajas: bombardear el campamento con ánforas de brea que esparcieran el líquido por todas partes para rematar con fuego. Así sucedió: las catapultas lanzaron todas las ánforas de brea y los arqueros arrojaron proyectiles incendiarios para provocar un incendio que creara el infierno allí. El fuego lo consumió todo y los soldados de Sharpast tuvieron que escapar del humo y las llamas, siendo atacados por las tropas de Lindium, que les masacraron.